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viernes, 22 de julio de 2011

Anedoctas del diario vivir.

...Era un martes cualquiera; lo recuerdo porque era día de pago, y en especial porque yo no tenía pago ese día.
Un cielo pardo y oscuro auguraba que arreciaría  un fuerte aguacero.
Transitaba desprevenido por la kra 40, popularmente conocida como La Paz  en busca de la calle 35; y preciso allí las primeras gotas de lluvia impactaban fuertemente sobre mi humanidad (cabeza),  como proyectiles de hielo disparadas desde el firmamento para tratar de impedir que llegara a mi lugar de destino; busqué refugio bajo techo en la droguería que se halla en esa esquina.
El famoso arrollo que atraviesa esa carrera creció en cuestión de segundos. Aproveche una banca vacía que había dejado abandonada mi amiga Claudia; la muchacha de los minutos que se ubica en ese punto, a esperar que escampara. Eran ya pasadas las doce, así lo anunciaba mi reloj cronológico y mi estomago al reclamar alimento.
Me había distraído por unos segundos a mirar el tablero de resultados de lotería del día anterior, en el puesto de venta de chance justo detrás de mi; ni si quiera sé por qué.  Yo  no apunto "bolita".
Unos gritos despavoridos llamaron nuevamente mi atención; giré mi cabeza unos pocos grados  a mi izquierda y magna sorpresa al ver como ese arrollo arrastraba una furgoneta como a un simple barco de papel. Como desee en ese instante tener una cámara. Recapacite inmediatamente, y desee entonces tener la forma para ayudar a evitar que la furgoneta fuese arrastrada, pero estaba en manos de Dios, y gracias a él, en el vehículo no habían pasajeros y personas solidarias lograron atarla a una cuerda en pleno Paseo  de Bolívar.
Entretanto, pasados quince minutos, el agua había inundado el establecimiento donde yo esperaba y los locales contiguos. La banca en la que me encontraba esperando, era alta, y por escaso centímetros casi moja mis zapatos.
Me agobié por unos minutos al pensar como se hallaba mi familia en casa tras el fuerte aguacero.
Transcurrieron cuarenta y cinco minutos desde que inició la lluvia, pero al fin había mermado.
El arrollo comenzó a bajar. Muchos vendedores perdieron sus puestos con todo y mercancía.
Por fin terminó la larga espera y pude continuar mi trayecto; no sin antes llamar a casa para saber como estaban.

Al llegar donde David, me recibió con gran entusiasmo como siempre lo hacía.
...Oh, malvado ratón de iglesia ¡ me gritaba a cierta distancia antes que le saludara. Je, je, je.
Siempre le respondía el saludo con una sonrisa, le daba la mano mientras le decía:  -Malvadísimo.
También saludaba a Deivis y Edgardo el ayudante de la bodega.
El aguacero empezaba de nuevo; yo ya estaba a punto de partir, pues había cumplido con mi misión.
David comenzó a evocar aquellos tiempos cuando trabajaba para la misma organización pero en otro punto.
Entre ellas una, por la cual escribo esta nota. Una anécdota de la cual me dijo que me acordara siempre antes de juzgar a los demás y decía que ha advertido a sus hijos lo mismo.
Su historia comenzaba con el fin de una de sus anécdotas que finalizaba así:

-Era un vendedor que trabajó con migo oíste, en el otro punto. Pero era atravesao el carajito. Je, je, je.
Y entonces otro día, estaba yo contando una plata que me habia pagado un cliente, totalmente seguro de que todo estaba correcto procedí a guardar la plata. Pero en un último reconteo me percaté que me faltaban ventemil pesos.
En la puerta del local, estaba otro carajito que vendía frías; que metía quince o veinte cervecitas ahí pa´ rebuscase.
Ese día da la casualidad que compra dos canastas. De inmediato reaccioné y pensé que ese el el responsable de habel encontrado el billete perdido dentro del local. Me fuí a reclamarle enseguida, mientras él se negaba y decía ser incapaz de llevarse algo que estuviera dentro del negocio.
Cuando llegaron los vendedores eles dije que no dejaran entrar más a ese señor acá; que si se lo permitían el mismo lo sacaba de allí.
Entonces uno de esos muchachos lo increpó y le dijo que no, que el que había encontrado los ventemil había sido "él" (el vendedor)  y que los tomo porque pensaba que eran de otra persona que se le cayeron.

David, dijo haber fruncido el ceño ese día. Y tomo la firme decisión de ir a pedirle disculpas a aquel hombre que hacía solo unos minutos había acusado de haber tomado el billete.

Las anécdotas no pararon ahí, pero yo sólo deseaba hacer énfasis en esta en especial.
A veces las apariencias apuntan hacia cierta persona como para hallarla culpable. Y con esta historia quedo totalmente convencido que no somos quienes para juzgar ni condenar a ninguna otra persona.

Les dejo esta anécdota para que la analicen y no se apresuren a sacar conclusiones de los sucesos del diario vivir de manera afanosa.

Gracias David, mi gran amigo, por compartir esta historia con migo.

Por Luis Pérez

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